Tinder bar

26 octubre 2024 - Juntaletras - Comentarios -

TINDER BAR

Inspirado en el arranque de una serie francesa "Une amie devouée) ("La confidente")

'La confidente' en Max

Entra en el bar cruzando la puerta giratoria, empuja la gruesa cortina opaca y accede a la sala, atiborrada. Lo busca con la mirada desde el umbral. Al fondo, él está en una mesa de dos, solo, terminando una cerveza de medio litro. Lo reconoce por las fotos de Tinder, zigzaguea decida hacia el encuentro y sonríe cuando él levanta la mirada. Sentándose, le dirige un resuelto:

—¡Hola! ¿César?

Le brillan los ojos, sonríen como el resto de su rostro.

—Sí, pero no te sientes, que nos vamos a otro lado —responde apurando de un trago lo que queda en el vaso. 

—¿A dónde?

—A mi casa, aquí al lado.

—Es que… —sonríe menos, ahora ya duda algo—, preferiría pedirnos algo y así charlamos un rato antes, ¿no?

—¿Para…?

—No sé… Para conocernos, y eso.

—Ya... Mira, no perdamos el tiempo con eso —dice levantándose y poniéndose la chaqueta—. Bueno, ¿qué, vienes?

Ahora ya duda del todo. Y algo entre asco y bochorno le alcanza a negar con la cabeza. Al tiempo, le retira la mirada. Él se encamina a la puerta, digno y ofendido, la cruza y desaparece.

El camarero acude a la mesa con un qué va a tomar. Vermú, por favor, con una aceituna, responde ella.

En la espera mira a su alrededor. Son situaciones así en las que uno quiere saber si los que nos rodean se han percatado de lo desagradable y humillante que nos ha pasado. —No me preguntes porqué. Pasa la mayoría de las veces.—Pero el ambiente en el bar no da muestras de ello. Cada cual a lo suyo, qué te habías figurado. Y ella se relaja. Aceptando que la noche, las expectativas, el estado de ánimo y, en fin, todo, se ha caído como un castillo de naipes. Va recuperando la compostura. Se quita el abrigo que cuelga en el dosel de su silla. Pone sus manos abiertas, las palmas sobre la mesa e inspeccionad exhaustivamente la laca de sus uñas tratando de diluir en algo concreto, nimio y banal su enfado y su frustración.

Al mismo tiempo que llega el vermú suena una pregunta inesperada desde la mesa contigua.

—No debería, pero no he podido evitar escucharlo, todo. ¿Estás bien?

Ella no se lo esperaba. Bueno, el vermú sí; pero lo de no estar sola en su burbuja de aislamiento no. Permanece como una estatua, muda y quieta. Sin tiempo a decantarse entre responder o seguir fingiendo no haber oído, la voz continúa:

—No quería molestarte. Perdona —suspira para sí—. Lo siento, a veces me pasa. A menudo, más bien: me meto donde no me llaman y no mido que… Bueno, que no es el momento, simplemente. Ni lo adecuado. Calladito mejor, me digo. Tarde. Tengo ese defecto. Ese, y muchos otros —parece que no va a dejar de hablar—. Perdona otra vez: te pareceré un marciano. No suelo ponerme tan intenso, pero me ha enfadado tu amigo. Así no se trata a nadie. No está bien.

La mira a poquitos según le va soltando todo esto. Mientras, ella se fija en lo que sea que tiene enfrente. Y no es que le importe lo que tiene enfrente. Es más, tampoco sabe qué tiene enfrente: ni bajo tortura sería capaz de decirnos que diantres tiene enfrente; tan solo evita devolverle la mirada porque no sabe cómo hacerlo, ni quiere darle cuerda. No más de la que ya tiene por sí solo. Es la viva imagen del avestruz agachado que esconde la cabeza en un agujero, y espera a que el peligro pase de largo.

—Mira, ¿sabes? —continúa—. No es asunto mío, pero antes de que llegaras ha habido tres llamadas y, a lo mejor me paso de listo, pero eran tres planes en paralelo, para esta misma noche, como si quisiera llevar cinturón y tirantes, ya me entiendes. Vamos, que me parece que de buena te has librado.

Ella permanece en silencio, y él se apaga tan rápido como se había encendido. Parsimoniosamente se abriga para salir a la calle y deja un billete sobre la mesa. Teléfono al bolsillo y recoloca la silla en su sitio.

—No lo has hecho —susurra ella.

—¿El qué?

—Molestarme. Has dicho antes “no quería molestarte”. Y no lo has hecho.

Silencio entre ambos, quietos, suspendidos en el breve lapso de un par de respiraciones.

—No me gusta beber sola. ¿Te vendrías a mi mesa?

Y él se quita la chaqueta.

Y cruza en dos pasos lo que parecía un abismo diez segundos antes.

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Arantxa
27 octubre 2024
Me ha gustado mucho el relato, te quedas con ganas de saber cómo acaba esta historia.
[Administrador]
27 octubre 2024
Gracias Arantxa... Mira que creo que lo que me gusta es que cada uno puede ponerle la continuación que prefiera... :-)

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