
Soy, con raíces en el ayer
Ojalá de llover,
si es que hubiera yo de ver,
lloviera la que yace adormilada, la olvidada
en el palacio de la infancia en mi recuerdo:
la nostalgia de una época, de aquélla.
Mi efímera niñez,
avanzando de perenne en infinito,
que así me figuraba
yo
el tiempo, sempiterno,
se acunaba entre la materna compasión,
melifluos susurros de la melancolía
que ya me acompañará,
inmarcesible,
hasta el arrebol del desenlace,
hasta el umbral del olvido,
y alguna serendipia iridiscente,
eslabón
que, por mera resiliencia, cinceló
mi anhelo inefable de bonhomía.
Ojalá que el petricor de esa lluvia
sea del sonámbulo la aurora y del nefelibato
la epifanía.
Ojalá que, del ademán elocuente,
inconmensurable,
de la limerencia que me habita,
brote fuerza que anime a ser alba
a la trémula luminiscencia.
La superflua soledad de este ser mondo
y acendrado
virará seguro,
de incandescente a etérea,
relegando a la ataraxia
a la muerte indeseada.





































