Masa y peso son lo mismo en el ideario popular. Y no lo son: mientras mi masa no varía según dónde esté, mi peso cambia. Peso más en la Tierra que en Marte, por la distinta masa de ambos planetas. Allí dónde más atracción gravitatoria padezco, más peso.
Mi Marte tiene dos lunas, el temor y el pánico (Fobos y Deimos). No son lunas al uso como tantas otras que conocemos de otros planetas del sistema solar: son deformes, canijas y porosas. Ambas son rocas negras de las que se discute mucho su origen: ¿son partes de Marte expulsadas por algún fuerte impacto del pasado remoto, o son asteroides capturados al vuelo, o se formaron a la vez que el planeta…? Probablemente una mezcla de las tres sea la explicación acertada. Antes de pararme a contar algunas peculiaridades de uno de los dos satélites, decir que mientras que el pánico acabará escapando de la órbita del planeta y vagará suelto por el espacio, el miedo será engullido por Marte en una lenta e inexorable caída… ¡dentro de unos cincuenta millones de años!
Así que tenemos tiempo de sobra para ir a Fobos de excursión.
Y merece la pena. Lo que allí experimentamos es impactante y muy sorprendente. ¡Qué vistas! Tenemos a Marte muy cerca. Tumbados boca arriba, alzando la mirada nos sentimos como en un observatorio del planeta rojo. El más privilegiado de todos los observatorios: no tenemos atmósfera que enturbie nuestra visión, y nuestro planeta vecino ocupa ¡casi la cuarta parte del cielo que vemos! ¡¡¡6400 veces más grande que la Luna llena!!! Así de brutal, es la vista que tenemos de ese cielo.
Le damos la vuelta completa cada ocho horas así que podemos ver casi toda su areografía: el Monte Olimpo es tres veces más alto que el Everest ¡desde su base!, el Valle Marineris que puede tener 8 km de profundidad y 3.000 de largo, o tormentas de polvo que barran la superficie a más de 150 kilómetros por hora durante semanas…
Bajando la vista, lo más significativo de Fobos es que es pequeño, como máximo 27 kilómetros, 18 como mínimo. Dicho así, nos incorporamos y, con buen calzado, una buena cantimplora y bocadillos, podemos caminar en línea recta hacia el horizonte y haber vuelto al punto de partida en una buena jornada de marcha (durante el Camino de Santiago me hice alguna de similar extensión). Ese horizonte al que nos dirigimos cambia a cada paso que damos. Literalmente. Esta cerca y con la simple altura de observación de un ser humano, avanzar un metro es suficiente para verlo cambiar. (¿Oliver y Benji corriendo hacia la portería contraria?… Pues algo así.).
¿Sería fácil saber que hemos llegado al punto de partida de por la mañana? Mucho. La gravedad es muy baja, una milésima que en la Tierra. Es tan baja que el polvo de regolito que levantamos con nuestros primeros pasos aún no se ha posado del todo, y nos lo encontramos, en suspensión, cayendo lentamente al suelo. La gravedad es tan baja que, de hecho, si no nos andamos con cuidado, al pegar un fuerte salto vertical podríamos abandonar la órbita. Abandonar la Tierra requiere que volemos a más de 11 kilómetros por segundo; en Fobos, 11 metros por segundo. Difícil, pero factible con el buen salto que he mencionado arriba. Y más si saltamos en dirección a Marte, porque su atracción ayuda y mucho: la mitad de esfuerzo en el salto de marras.
¡Y llegamos al peso! Resulta que allí soy un anoréxico total, mórbido, empedernido. Peso 75 gramos. Me doy miedo… hasta que me miro al espejo y veo mi masa normal…