Las plácidas praderas

12 julio 2020 - Juntaletras - Comentarios -

Los primeros meses habían transcurrido sin que la enfermedad diera señales de su llegada. Había entrado en su cuerpo como la humedad que se infiltra en un viejo caserón, que se ensaña con lo más íntimo de sus muros mucho antes de dar la cara alterando la pintura en algún rincón.

Como era el primero en hacerse viejo, habíamos achacado cada rareza en el comportamiento de nuestro padre a su llegada a ese nuevo mundo, a la entrada en un territorio desconocido del que no comprendíamos ni los primeros pasos, ni mucho menos la extensión o el tipo de paisaje. Pero la suma de evidencias fue disipando poco a poco nuestra desorientación, y tantas se acumularon que comenzamos a visitar médicos. Después de que lo diagnosticaron, cada miembro de la familia empezó a atar cabos, a recopilar las notas que habían desafinado en la partitura cotidiana: esporádicas faltas de apetito, evasivas a la hora de salir a pasear, o encontrarlo leyendo en el salón de madrugada por insomnios que antes nunca tuvo…

Luego arraigó en toda la familia la idea del tipo de terreno ingrato que pisábamos. Y no se trataba de plácidas praderas hasta al horizonte, ya no

Había un final. Ese final -tenía un nombre que ya no he vuelto a pronunciar en voz alta- estaba cerca, e implacablemente llegó.

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Foto: autor desconocido

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