Pakistán norte.

Cumbres del Himalaya y del Karakórum

Si las tierras emergidas del planeta tuvieran un ombligo (es que cada cosa tiene su ombligo, ya sabéis), pues ese ombligo, digo, estaría en lo más profundo de Asia.

Como si fuera una espiral, cordilleras de nombres míticos nacen en forma de torbellino de las altas cumbres de la semidesconocida cordillera del Pamir: Altai, Hindukush, Himalaya y Karakorum. Y aquí, si dejo que se me vaya un poco la pinza, podría venirme arriba y lanzarme a decir que están dispuestas casi en proporción áurea. (*)

Esta última (no te pierdas: el Karakórum) crece más rápido de lo que se erosiona. Es un auténtico serrucho de cumbres en las que la roca desnuda, a veces cubierta de nieves y surcada de glaciares -salvo contadas excepciones ¡son glaciares negros!- evidencia algo que desconocía. Los desiertos no son solo los de arena.

Terribles y hermosos, los del norte de Pakistán te vuelan literalmente la cabeza la primera vez que los visitas. Tan solo una semana de viaje adentrándote en sus entrañas, la montaña te transforma en insecto. Ni el ego más sobredimensionado sería capaz de escapar de esta realidad de total insignificancia.

Tras días de viaje por durísimas carreteras, alcanzas alguna ciudad remota. Desde allí, te quedan aún durísimos caminos, durante durísimos días para alcanzar una sensación singular. Crees rozar el cielo con las palmas abiertas de las manos. Y, desde esa distancia, enfilas tus pupilas hacia cimas que jamás alcanzarás. Salvo que te sirvas del infinito poder de la imaginación.

Puedes echar un vistazo a alguna de las que vi en esta entrada de mi web.

(*) No es el sitio ni es artículo indicado para ponerme a largar sobre Phi, pero todo se andará…