A las puertas del teatro, durante el entreacto en los días de función, hay una pequeña sociedad compuesta básicamente por los que fuman y los que acompañan a los que fuman.
Fieles a la etiqueta, las tropas de caballeros visten elegantes trajes monocromos, y por toda osadía se permiten alguna variedad en cuanto a los abrigos, que van desde el marrón, el azul y el verde, pasando por el gris y el negro, todo ello en la gama de los oscuros. Las damas, por aquellas dictaduras de la moda de este año, lucen falda larga en colores otoñales y discretos, a juego con los abrigos de ellos.
Y en mitad de semejante plantel de seres grises, hay una pantera. Resulta imposible no reparar en esa mujer inmiscible con el resto. La abeja entre las moscas ni fuma, ni acompaña. Tan solo está. Plantada sobre la acera que conserva charcos de la lluvia de la tarde, es la escalera hacia el cielo, la única luz en el suelo de la ciudad.