
Tenemos vecinos curiosos, no
es su actitud, sino lo que tienen de extraño o divergente frente a
lo que consideramos normal en la Tierra.
“Normal” es un concepto reduccionista, provinciano, local. En la Tierra las cosas que ocurren son las normales. Y sí, lo son. Como no hemos salido, ni viajado lejos dejando atrás nuestra rutina terrícola, lo que conocemos conforma un todo que hemos acabado entendiendo, y cualquier cosa diferente, que se salga de lo conocido, es simplemente anormal.
Bien te figuras que, en la inmensidad y el infinito del Espacio, nuestra normalidad es anecdótica, infinitesimal. Un accidente y una circunstancia. Nada más.
Sin irnos muy lejos, Marte alberga cañones y volcanes que ensombrecen las dimensiones de los de la Tierra (siendo la mitad su tamaño y una décima parte su masa…), hasta tres veces mayores que el cañón del Colorado o el Everest.
Venus tiene días de 243 de
los nuestros, que duran más de uno de sus años, su atmósfera es
casi cien veces más densa que terrestre, como sería si nos
sumergiéramos un kilómetro en algún océano, y es tal el efecto
invernadero que se alcanzan temperaturas de más de 400 grados: el
estaño, el zinc o el plomo, entre muchos otros, son tan líquidos
allí como lo que sabemos aquí del mercurio…



Marte
Venus
Mercurio
En Mercurio (si te lo quieres imaginar, piensa en la Luna, ambos sin atmósfera, con un cielo de negrura insondable, y estrellas que no titilan) hay un factor importante, y es que orbita sobre nuestra estrella, no en un círculo sino en una elipse, y descentrada para más inri. Es muy excéntrico: se acerca del sol hasta las 46 UAs, y se aleja hasta las 70 UAs.
Con esto, cuando se halla cerca del Sol, va mucho más rápido que cuando está lejos. Sin embargo, como la rotación sobre su eje es constante, la combinación de ambos fenómenos provoca los dobles amaneceres en determinados momentos. Cosas así me hacen soñar. Dejo aquí el vídeo de una simulación infográfica, y doy créditos al autor, TOROYD.